dijous, 24 de març del 2011

Se imaginaba con él, resiguiendo una cornisa de montañas verdes a velocidades vertiginosas. No evitaba sonreír. En esos castillos de cristal que tanto le gustaba construir, ambos iban bien preparados y aun con tormenta seguían su camino, dejando que los kilómetros se consumieran bajo las dos ruedas que eran sus cuatro pies. No hablaban mucho, porque todo cuanto necesitaban decirse estaba en los gestos, de complicidad despistada, en las caricias espontáneas. Y en los silencios mismos, acallados por el ruido de la carretera. Y el del mar.

De un mar que nunca rugiría para ellos. Pero eso no importaba. Dormitaba rememorando la colección de risas improvisadas que se dedicaba a recoger en esos momentos que jamás existieron.

Pero que, de existir, serian absolutamente perfectos

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